PUEBLOS ORIGINARIOS DE AMÉRICA
Extraído de PUEBLOS ORIGINARIOS EN AMÉRICA, GUÍA INTRODUCTORIA DE SU SITUACIÓN Autor: Alberto Cruz
La larga lucha hacia la visibilización:
¿Cómo se pobló el continente americano? Alrededor de esta pregunta se ha escrito mucho y, a estas alturas de la historia, se sabe con certeza que al menos en lo referente al norte fue gracias a migraciones provenientes de la parte asiática que llegaron al continente americano a través de lo que hoy es el Estrecho de Bering. El primero que tuvo la audacia de aventurar tal hipótesis, allá por 1590, fue José de Acosta, rector del colegio jesuita de Salamanca que pasó un tiempo en lo que hoy es Perú. La historia le presenta como antropólogo, evolucionista y un adelantado para su tiempo. Sin duda era así. Atreverse a plantear en aquella época que el continente americano se había poblado desde el “Viejo Mundo” y por el Estrecho de Bering –evidentemente esta denominación es muy posterior- indica unas grandes dotes intelectuales y de observación. Acosta realizó una lectura bastante detallada de la mitología inca y azteca y llegó a la conclusión que en ella había suficientes elementos para constatar como evidencia poco cuestionable que se había producido una migración desde Asia dado que ambos pueblos, los asiáticos y los del “Nuevo Mundo” coincidían en afirmar que eran descendientes “de un número de hermanos que, en el principio de los tiempos, habían surgido de una enorme caverna bajo tierra situada en algún sitio del lejano norte”.1 Eso, para Acosta, sólo podía significar que provenían de lo que los españoles buscaban afanosamente: un nuevo camino a las Indias. Es muy probable que a sus oídos llegase parte del contenido del Pop Wuj (también llamado Popol Vuh), el gran libro sagrado de los mayas –pese a que se mantuvo oculto hasta el año 1701- donde se dice que la civilización “vino por donde sale el sol, allá del otro lado del mar”. El sol sale por el Este y lo que está al este de América es Asia. Acosta se dio cuenta de ello y llegó a esa audaz conclusión que sesenta años más tarde fue ratificada por uno de sus discípulos, José Solórzano Pereyra, yendo un poco más allá al afirmar que “es mucha la semejanza entre las dos Indias [hay que recordar que los españoles denominaron así al continente americano] en cuanto a condición, ritos y costumbres”.2
Es evidente que las evidencias, valga la redundancia, las similitudes y las semejanzas no excluyen lagunas, dificultades y diferencias. Y entre los indígenas del continente asiático y americano son notables. Pero Acosta, hombre lúcido y estudioso, llegó a la conclusión que eso es así debido a que en todas las migraciones se va perdiendo parte del bagaje cultural de los pueblos que emprenden un nuevo rumbo en sus vidas en otros territorios. Esta línea argumental también fue seguida por Solórzano: “después de haber dejado su bien constituida y civilizada república en el viejo mundo, olvidaron, antes de llegar a las lejanas regiones del nuevo, en su mayor parte [su vieja vida], y lo poco que quedó se desgastó con el tiempo, dejando apenas a sus descendientes un rastro de humanidad, sólo la apariencia de hombres”.3 Un final racista del comentario, sin duda, para reforzar el calificativo de “salvajes” con que los colonizadores españoles, y quienes llegaron después que ellos, consideraron a estos pueblos. Así que todo el cientifismo de esta teoría sobre los orígenes de los primeros pobladores del continente americano, no exenta en ocasiones de un cierto romanticismo, servía para reforzar el discurso dominante colonial: civilización frente a barbarie.
Este discurso se ha mantenido inalterable a lo largo de los siglos obviando dos cosas: la primera, que hasta quien se considere el más objetivo especialista está prisionero de sus experiencias, de los valores dominantes de su sociedad, de las tradiciones, de los estereotipos de su entorno (como somos europeos tendemos a aportar a todo una visión eurocéntrica, por no decir etnocéntrica) de la historia; la segunda, que cualquier teórico y/o académico que se aproxima a cualquier disciplina sea del ámbito que sea, y de forma especial en las humanidades, lo hace desde la perspectiva de su ámbito cultural, nacional o ideológico y establece una elaboración teórica según esos valores. Por lo tanto, nadie es independiente; el teórico y/o académico se puede aproximar más o menos a la objetividad, pero nunca a la independencia. Esto debería convertirse siempre en una declaración de honestidad intelectual, pero nunca o en muy pocas ocasiones se hace. Y mucho menos a la hora de abordar la realidad de los pueblos originarios.
La perspectiva eurocéntrica tiene su sustento en la imposición ideológica y de un sistema de dominación que considera la idea de la “civilización occidental” como el único modelo civilizatorio a escala planetaria y que todas las demás civilizaciones deben subyugarse a él. La arrogancia occidental, que olvida que su conquista del mundo fue posible por su superioridad a la hora de imponerse por la fuerza y la violencia organizada y no por la superioridad de sus valores, sólo sirve para justificar las nuevas formas de neocolonialismo a pesar centenares de declaraciones de buenas intenciones. Un caso lo tenemos en lo referente a los derechos humanos, tema que Occidente ha convertido en la punta de lanza para el ataque contra sistemas políticos, económicos, sociales y culturales que no son de su agrado. Forman parte de una globalización ideológica que quiere imponer una concepción muy estrecha de los mismos y que parte de los enarbolados por la Revolución Francesa de 1789, considerándoles imagen superior e inmodificable de la sociedad sin tener en cuenta que gran parte de la población del planeta sufre discriminación política, social, económica y no satisface sus derechos más elementales de vida en gran parte debido, sin margen alguno a la duda, al modelo económico occidental, también globalizador, que no está haciendo otra cosa que agudizar la concentración de extrema riqueza y extrema pobreza en el mundo. Pero no hay que adelantar acontecimientos.
Es cierto que hoy en día apenas hay detractores sobre el paso de un continente a otro a través del Estrecho de Bering, una zona que en algunos puntos tiene una profundidad de sólo entre 30 y 50 metros. Hará unos 40.000 años, durante la última glaciación y como consecuencia de una gran concentración de hielo en grandes placas continentales, esta zona del mundo sufrió un descenso de las aguas que dejó al descubierto una extensa lengua de tierra que los prehistoriadores denominan el Puente de Beringia y que unía, en la práctica, Siberia y Alaska. Por aquí pasaron los primeros pueblos, siberianos y tal vez mongoles, persiguiendo animales de caza como mamuts o mastodontes. Esta situación se mantuvo unos 19.000 años hasta que se produjo un deshielo que volvió a llenar de agua la zona separando de nuevo ambos continentes. También es cierto que hoy los especialistas y antropólogos no creen que una migración degenera, como decía Solórzano. Pero, también hay que ser cautos con quien piensa que una vez “solucionada” la cuestión del origen de los primeros pobladores, al menos en el norte del continente americano, se llega al argumento que “todos somos colonizadores”, con lo que se quita fuerza a la reivindicación indígena dado que, a fin de cuentas, habrían sido tan colonizadores como quien les colonizó con posterioridad.
Fueron los algonquino (uno de los pueblos originarios en el actual Canadá) quienes proporcionaron a los europeos que llegaron a aquellas tierras el nombre de “esquimales” para los inuit porque ellos se dirigían a los inuit como “eskimau”. Pues bien, los inuit se encuentran en todo el Ártico, desde Groenlandia hasta Siberia convirtiéndose así en la prueba fehaciente de la teoría migratoria de un continente a otro. Los lingüistas han encontrado relaciones fundamentales entre el idioma de los inuit de Canadá con el de los chukchi de Siberia, aunque fuera de esta coincidencia no hay otra en todo el continente americano entre el “viejo” y el “nuevo” mundo. Y se da el hecho que en la Patagonia chilena (Arroyo de Chinchihuapi), justo al otro extremo del continente americano, existen yacimientos que 15 demuestran una coincidencia temporal con los que se han encontrado en Canadá y Estados Unidos. O que en Brasil (Sao Raimundo Nonato, Estado de Piauí) las excavaciones han puesto de relieve que había grupos de pobladores hace 30.000 años4 , por lo que no sería improbable que se hubiese producido un desplazamiento desde esta parte del continente hacia el norte.
Sea como fuese y sin rechazar la teoría de la migración desde Siberia al norte del continente americano a través de Alaska, los pueblos originarios se muestran poco dispuestos a verse a sí mismos como inmigrantes-colonizadores en sus propias tierras y resaltan su gran variedad de mitos, leyendas y relatos que se han mantenido inalterables y han perdurado a lo largo de los tiempos, sin desvanecerse, y que ponen de manifiesto que estas teorías arqueológicas sobre sus orígenes no tienen por qué ser “sagradas” por el hecho de decirlo la ciencia. Aún hay lagunas que llenar y no faltan los pueblos indígenas que, como el caso de los que forman parte del Consejo Indio de Canadá, achacan a “intenciones políticas” todo el discurso de que ellos también son “colonizadores”.
Este razonamiento intenta igualar la brutalidad conquistadora de todos los pueblos a lo largo de la historia y así diluir la responsabilidad de la más reciente, la llevada a cabo por los europeos. La consecuencia fundamental de esta última colonización fue la destrucción del orden social precolombino, en el caso de América Latina, y el comienzo de un proceso de aculturación que iba a llevar a los pueblos originarios a perder sus señas de identidad. En nombre de la civilización se destruyó una estructura de conocimiento, de memoria colectiva, de su propio pasado y sabiduría milenaria, avanzados modos de producción agrícola (sobre todo en América Central y del Sur) y formas de organización social comunitaria que ahora, en los inicios del siglo XXI, parece que recuperan su lugar en la historia. Porque es evidente que estamos ante el resurgimiento de los pueblos originarios en todo el mundo. Desde Asia a América, desde África a Oceanía, incluso en Europa –como es el caso de Groenlandia, por cierto el lugar desde el que partieron los primeros visitantes conocidos de los pueblos originarios de lo que hoy es Canadá (localidad de L’Anxe aus Meadows, Terranova) allá por el 1001 de nuestra era, es decir, casi quinientos años antes de la llegada de Colón al continentelos pueblos originarios están haciendo oír su voz y comenzando a recuperar parte de sus derechos. Han tenido que transcurrir más de quinientos años desde el llamado “Descubrimiento” y más de doscientos desde la independencia política-administrativa de las metrópolis europeas para que ello sea así. Han tenido que transcurrir más de cincuenta años desde que se produjo el proceso de descolonización en Asia y África –consecuencia de una lucha, en la mayor parte de los casos violenta, de los pueblos en favor de su dignidad, autodeterminación e independencia- para que estos pueblos recuperen su lugar. O lo intenten, puesto que todavía luchan por ese reconocimiento. Hay muchos casos, pero el más llamativo es el de los adivasi (literalmente, indígenas) en India, inmersos en una desesperada batalla contra las transnacionales y el Estado indio para no perder sus territorios, ricos en minerales estratégicos y contra quienes se está cometiendo un real etnocidio en nombre de la lucha contra la guerrilla. Nada nuevo a lo largo de la historia reciente, y más si tenemos en cuenta que este libro hace referencia a los pueblos indígenas en América, que también han sufrido una durísima represión con esa argumentación no hace mucho tiempo
1 José de Acosta, “Historia natural y moral de las Indias”, Salamanca 1590. Esta edición se reeditó, o reimprimió en 1962 en México y de ahí se ha sacado la cita. Hubo una reimpresión anterior en Madrid en 1954, pero el autor de esta guía introductoria no ha podido encontrar dicha edición. El nombre completo del libro es “Historia natural y moral de las Indias: en que se tratan las cosas notables del cielo, y elementos, metales, plantas y animales dellas y los ritos y ceremonias, leyes y gobierno y guerras de los Indios”. Existen fondos documentales del mismo en la Universidad de Barcelona y de Valencia.
2 José Solórzano Pereyra, “Política indiana”, Madrid 1648. Citado por Anthony Pagden en su obra “The Fall of Natural Man: The American Indian and the Origins of Comparative Ethnology”, Cambrigde 1982. No hay edición en castellano de esta obra.
3 Anthony Pagden. Op. Cit
Fuente: PUEBLOS ORIGINARIOS EN AMÉRICA, GUÍA INTRODUCTORIA DE SU SITUACIÓN Autor: Alberto Cruz Pag. 13 y ss.
La larga lucha hacia la visibilización:
¿Cómo se pobló el continente americano? Alrededor de esta pregunta se ha escrito mucho y, a estas alturas de la historia, se sabe con certeza que al menos en lo referente al norte fue gracias a migraciones provenientes de la parte asiática que llegaron al continente americano a través de lo que hoy es el Estrecho de Bering. El primero que tuvo la audacia de aventurar tal hipótesis, allá por 1590, fue José de Acosta, rector del colegio jesuita de Salamanca que pasó un tiempo en lo que hoy es Perú. La historia le presenta como antropólogo, evolucionista y un adelantado para su tiempo. Sin duda era así. Atreverse a plantear en aquella época que el continente americano se había poblado desde el “Viejo Mundo” y por el Estrecho de Bering –evidentemente esta denominación es muy posterior- indica unas grandes dotes intelectuales y de observación. Acosta realizó una lectura bastante detallada de la mitología inca y azteca y llegó a la conclusión que en ella había suficientes elementos para constatar como evidencia poco cuestionable que se había producido una migración desde Asia dado que ambos pueblos, los asiáticos y los del “Nuevo Mundo” coincidían en afirmar que eran descendientes “de un número de hermanos que, en el principio de los tiempos, habían surgido de una enorme caverna bajo tierra situada en algún sitio del lejano norte”.1 Eso, para Acosta, sólo podía significar que provenían de lo que los españoles buscaban afanosamente: un nuevo camino a las Indias. Es muy probable que a sus oídos llegase parte del contenido del Pop Wuj (también llamado Popol Vuh), el gran libro sagrado de los mayas –pese a que se mantuvo oculto hasta el año 1701- donde se dice que la civilización “vino por donde sale el sol, allá del otro lado del mar”. El sol sale por el Este y lo que está al este de América es Asia. Acosta se dio cuenta de ello y llegó a esa audaz conclusión que sesenta años más tarde fue ratificada por uno de sus discípulos, José Solórzano Pereyra, yendo un poco más allá al afirmar que “es mucha la semejanza entre las dos Indias [hay que recordar que los españoles denominaron así al continente americano] en cuanto a condición, ritos y costumbres”.2
Es evidente que las evidencias, valga la redundancia, las similitudes y las semejanzas no excluyen lagunas, dificultades y diferencias. Y entre los indígenas del continente asiático y americano son notables. Pero Acosta, hombre lúcido y estudioso, llegó a la conclusión que eso es así debido a que en todas las migraciones se va perdiendo parte del bagaje cultural de los pueblos que emprenden un nuevo rumbo en sus vidas en otros territorios. Esta línea argumental también fue seguida por Solórzano: “después de haber dejado su bien constituida y civilizada república en el viejo mundo, olvidaron, antes de llegar a las lejanas regiones del nuevo, en su mayor parte [su vieja vida], y lo poco que quedó se desgastó con el tiempo, dejando apenas a sus descendientes un rastro de humanidad, sólo la apariencia de hombres”.3 Un final racista del comentario, sin duda, para reforzar el calificativo de “salvajes” con que los colonizadores españoles, y quienes llegaron después que ellos, consideraron a estos pueblos. Así que todo el cientifismo de esta teoría sobre los orígenes de los primeros pobladores del continente americano, no exenta en ocasiones de un cierto romanticismo, servía para reforzar el discurso dominante colonial: civilización frente a barbarie.
Este discurso se ha mantenido inalterable a lo largo de los siglos obviando dos cosas: la primera, que hasta quien se considere el más objetivo especialista está prisionero de sus experiencias, de los valores dominantes de su sociedad, de las tradiciones, de los estereotipos de su entorno (como somos europeos tendemos a aportar a todo una visión eurocéntrica, por no decir etnocéntrica) de la historia; la segunda, que cualquier teórico y/o académico que se aproxima a cualquier disciplina sea del ámbito que sea, y de forma especial en las humanidades, lo hace desde la perspectiva de su ámbito cultural, nacional o ideológico y establece una elaboración teórica según esos valores. Por lo tanto, nadie es independiente; el teórico y/o académico se puede aproximar más o menos a la objetividad, pero nunca a la independencia. Esto debería convertirse siempre en una declaración de honestidad intelectual, pero nunca o en muy pocas ocasiones se hace. Y mucho menos a la hora de abordar la realidad de los pueblos originarios.
La perspectiva eurocéntrica tiene su sustento en la imposición ideológica y de un sistema de dominación que considera la idea de la “civilización occidental” como el único modelo civilizatorio a escala planetaria y que todas las demás civilizaciones deben subyugarse a él. La arrogancia occidental, que olvida que su conquista del mundo fue posible por su superioridad a la hora de imponerse por la fuerza y la violencia organizada y no por la superioridad de sus valores, sólo sirve para justificar las nuevas formas de neocolonialismo a pesar centenares de declaraciones de buenas intenciones. Un caso lo tenemos en lo referente a los derechos humanos, tema que Occidente ha convertido en la punta de lanza para el ataque contra sistemas políticos, económicos, sociales y culturales que no son de su agrado. Forman parte de una globalización ideológica que quiere imponer una concepción muy estrecha de los mismos y que parte de los enarbolados por la Revolución Francesa de 1789, considerándoles imagen superior e inmodificable de la sociedad sin tener en cuenta que gran parte de la población del planeta sufre discriminación política, social, económica y no satisface sus derechos más elementales de vida en gran parte debido, sin margen alguno a la duda, al modelo económico occidental, también globalizador, que no está haciendo otra cosa que agudizar la concentración de extrema riqueza y extrema pobreza en el mundo. Pero no hay que adelantar acontecimientos.
Es cierto que hoy en día apenas hay detractores sobre el paso de un continente a otro a través del Estrecho de Bering, una zona que en algunos puntos tiene una profundidad de sólo entre 30 y 50 metros. Hará unos 40.000 años, durante la última glaciación y como consecuencia de una gran concentración de hielo en grandes placas continentales, esta zona del mundo sufrió un descenso de las aguas que dejó al descubierto una extensa lengua de tierra que los prehistoriadores denominan el Puente de Beringia y que unía, en la práctica, Siberia y Alaska. Por aquí pasaron los primeros pueblos, siberianos y tal vez mongoles, persiguiendo animales de caza como mamuts o mastodontes. Esta situación se mantuvo unos 19.000 años hasta que se produjo un deshielo que volvió a llenar de agua la zona separando de nuevo ambos continentes. También es cierto que hoy los especialistas y antropólogos no creen que una migración degenera, como decía Solórzano. Pero, también hay que ser cautos con quien piensa que una vez “solucionada” la cuestión del origen de los primeros pobladores, al menos en el norte del continente americano, se llega al argumento que “todos somos colonizadores”, con lo que se quita fuerza a la reivindicación indígena dado que, a fin de cuentas, habrían sido tan colonizadores como quien les colonizó con posterioridad.
Fueron los algonquino (uno de los pueblos originarios en el actual Canadá) quienes proporcionaron a los europeos que llegaron a aquellas tierras el nombre de “esquimales” para los inuit porque ellos se dirigían a los inuit como “eskimau”. Pues bien, los inuit se encuentran en todo el Ártico, desde Groenlandia hasta Siberia convirtiéndose así en la prueba fehaciente de la teoría migratoria de un continente a otro. Los lingüistas han encontrado relaciones fundamentales entre el idioma de los inuit de Canadá con el de los chukchi de Siberia, aunque fuera de esta coincidencia no hay otra en todo el continente americano entre el “viejo” y el “nuevo” mundo. Y se da el hecho que en la Patagonia chilena (Arroyo de Chinchihuapi), justo al otro extremo del continente americano, existen yacimientos que 15 demuestran una coincidencia temporal con los que se han encontrado en Canadá y Estados Unidos. O que en Brasil (Sao Raimundo Nonato, Estado de Piauí) las excavaciones han puesto de relieve que había grupos de pobladores hace 30.000 años4 , por lo que no sería improbable que se hubiese producido un desplazamiento desde esta parte del continente hacia el norte.
Sea como fuese y sin rechazar la teoría de la migración desde Siberia al norte del continente americano a través de Alaska, los pueblos originarios se muestran poco dispuestos a verse a sí mismos como inmigrantes-colonizadores en sus propias tierras y resaltan su gran variedad de mitos, leyendas y relatos que se han mantenido inalterables y han perdurado a lo largo de los tiempos, sin desvanecerse, y que ponen de manifiesto que estas teorías arqueológicas sobre sus orígenes no tienen por qué ser “sagradas” por el hecho de decirlo la ciencia. Aún hay lagunas que llenar y no faltan los pueblos indígenas que, como el caso de los que forman parte del Consejo Indio de Canadá, achacan a “intenciones políticas” todo el discurso de que ellos también son “colonizadores”.
Este razonamiento intenta igualar la brutalidad conquistadora de todos los pueblos a lo largo de la historia y así diluir la responsabilidad de la más reciente, la llevada a cabo por los europeos. La consecuencia fundamental de esta última colonización fue la destrucción del orden social precolombino, en el caso de América Latina, y el comienzo de un proceso de aculturación que iba a llevar a los pueblos originarios a perder sus señas de identidad. En nombre de la civilización se destruyó una estructura de conocimiento, de memoria colectiva, de su propio pasado y sabiduría milenaria, avanzados modos de producción agrícola (sobre todo en América Central y del Sur) y formas de organización social comunitaria que ahora, en los inicios del siglo XXI, parece que recuperan su lugar en la historia. Porque es evidente que estamos ante el resurgimiento de los pueblos originarios en todo el mundo. Desde Asia a América, desde África a Oceanía, incluso en Europa –como es el caso de Groenlandia, por cierto el lugar desde el que partieron los primeros visitantes conocidos de los pueblos originarios de lo que hoy es Canadá (localidad de L’Anxe aus Meadows, Terranova) allá por el 1001 de nuestra era, es decir, casi quinientos años antes de la llegada de Colón al continentelos pueblos originarios están haciendo oír su voz y comenzando a recuperar parte de sus derechos. Han tenido que transcurrir más de quinientos años desde el llamado “Descubrimiento” y más de doscientos desde la independencia política-administrativa de las metrópolis europeas para que ello sea así. Han tenido que transcurrir más de cincuenta años desde que se produjo el proceso de descolonización en Asia y África –consecuencia de una lucha, en la mayor parte de los casos violenta, de los pueblos en favor de su dignidad, autodeterminación e independencia- para que estos pueblos recuperen su lugar. O lo intenten, puesto que todavía luchan por ese reconocimiento. Hay muchos casos, pero el más llamativo es el de los adivasi (literalmente, indígenas) en India, inmersos en una desesperada batalla contra las transnacionales y el Estado indio para no perder sus territorios, ricos en minerales estratégicos y contra quienes se está cometiendo un real etnocidio en nombre de la lucha contra la guerrilla. Nada nuevo a lo largo de la historia reciente, y más si tenemos en cuenta que este libro hace referencia a los pueblos indígenas en América, que también han sufrido una durísima represión con esa argumentación no hace mucho tiempo
1 José de Acosta, “Historia natural y moral de las Indias”, Salamanca 1590. Esta edición se reeditó, o reimprimió en 1962 en México y de ahí se ha sacado la cita. Hubo una reimpresión anterior en Madrid en 1954, pero el autor de esta guía introductoria no ha podido encontrar dicha edición. El nombre completo del libro es “Historia natural y moral de las Indias: en que se tratan las cosas notables del cielo, y elementos, metales, plantas y animales dellas y los ritos y ceremonias, leyes y gobierno y guerras de los Indios”. Existen fondos documentales del mismo en la Universidad de Barcelona y de Valencia.
2 José Solórzano Pereyra, “Política indiana”, Madrid 1648. Citado por Anthony Pagden en su obra “The Fall of Natural Man: The American Indian and the Origins of Comparative Ethnology”, Cambrigde 1982. No hay edición en castellano de esta obra.
3 Anthony Pagden. Op. Cit
Fuente: PUEBLOS ORIGINARIOS EN AMÉRICA, GUÍA INTRODUCTORIA DE SU SITUACIÓN Autor: Alberto Cruz Pag. 13 y ss.
Foto 1 MAPUCHES: https://www.lifeder.com/caracteristicas-pueblo-mapuche/
Foto 2 ONAS o SELKNAM: https://historiadeamericauam.wordpress.com/onas/
Foto 3 GUARANÍ https://historiadeamericauam.wordpress.com/guaranies/
Foto 4 FAMILIA INUIT: https://cartografiadeamerica.wordpress.com/2017/01/09/los-inuit/
Declaración de los Pueblos Indígenas del Mundo
La Madre Tierra podrá vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella
Nosotros los pueblos, naciones y organizaciones indígenas provenientes de diversas partes del mundo, reunidos en la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, del 19 al 22 de Abril del año 2010 en Tiquipaya, Cochabamba, Bolivia, después de amplios debates, decimos:
Los Pueblos Indígenas somos hijos e hijas de la Madre Tierra o Pachamama en quechua.
La Madre Tierra es un ser vivo del universo que concentra energía y vida, cobija y da vida a todos sin pedir nada a cambio, es el pasado, presente y futuro; es nuestra relación con la Madre Tierra. Convivimos con ella desde hace miles de años con nuestra sabiduría, espiritualidad cósmica ligada a la naturaleza. Sin embargo, el modelo económico, impulsado y forzado por los países industrializados que promueven la explotación extractiva y la acumulación de riquezas, han transformado radicalmente nuestra relación con la Madre Tierra. El cambio climático, debemos constatar, es una de las consecuencias de esta lógica irracional de vida. Esto es lo que debemos cambiar.
La agresión a la Madre Tierra, los golpes y las violaciones contra nuestros suelos, bosques, flora, fauna, biodiversidad, ríos, lagos, aire y el cosmos son golpes contra nosotros mismos. Antes pedíamos permiso para todo. Ahora se pretende desde los países desarrollados que la Madre Tierra nos pida permiso a nosotros. No se respeta nuestros territorios, particularmente de los pueblos en aislamiento voluntario o en contacto inicial, y sufrimos la más terrible agresión desde la colonización solo para facilitar el mercado y la industria extractiva.
Reconocemos que Pueblos Indígenas y de todo el mundo, vivimos en una época de crisis generalizada: ambiental, energética, alimentaria, financiera, de valores, entre otros, como consecuencia de las políticas y actitudes de Estados racistas y excluyentes.
Decimos que en la conferencia climática de Copenhague, los pueblos del mundo que exigíamos un trato justo fuimos reprimidos y los Estados causantes de la crisis climáticas, debilitaron aún más los posibles resultados de las negociaciones y no asumieron compromiso vinculante alguno. Limitándose simplemente a respaldar el entendimiento de Copenhague que plantea objetivos insuficientes e inaceptables en relación a acciones de respuesta al cambio climático y financiamiento para los países y pueblos más afectados.
Afirmamos que los espacios de negociación internacional han excluido sistemáticamente la participación de los Pueblos Indígenas. Por este motivo ahora, los Pueblos Indígenas nos hacemos visibles en estos espacios, porque al haberse herido y saqueado a la Madre Tierra con actividades que impactan negativamente sobre nuestras tierras, territorios y recursos naturales, nos han herido también a nosotros. Por eso los Pueblos Indígenas no nos quedaremos callados, sino que planteamos la inquebrantable movilización de todos nuestros pueblos para llegar a la COP 16 en México y otros espacios, articulados y preparados para defender nuestras propuestas, particularmente del Estado Plurinacional y el Vivir Bien. Nosotros, los pueblos indígenas, no queremos vivir mejor, sino queremos vivir bien, que es una propuesta para logar el equilibrio y a partir de ello construir una nueva sociedad.
La búsqueda de objetivos comunes, según nos muestra la misma historia, solo se conseguirá con la unión de los Pue- 229 blos Indígenas de todo el mundo. Las raíces ancestrales, indígenas, originarias de toda la población mundial deben ser uno de los lazos que nos unan para lograr un solo objetivo.
Por todo ello proponemos demandamos y exigimos:
1. La recuperación, revalorización y fortalecimiento de nuestras civilizaciones, identidades, culturas y cosmovisiones, basadas en el conocimiento y sabiduría ancestral milenaria indígena-originaria, para la construcción de nuevos modelos de vida alternativas al sistema de desarrollo actual y como una forma de hacer frente al cambio climático.
2. El rescate y fortalecimiento de la vivencia y propuesta de los Pueblos Indígenas del vivir bien, reconociendo a la Madre Tierra como un ser vivo con la cual tenemos una relación indisoluble e interdependiente; basados en principios y mecanismos que garanticen el respeto, la armonía y el equilibrio de los pueblos con la naturaleza y, como la base para una sociedad con justicia social y ambiental, que tenga como fin la vida. Todo ello para hacer frente a la crisis del modelo de saqueo capitalista y garantizar la protección de la vida en su conjunto a través de la búsqueda de acuerdos globales incluyentes.
3. Exigimos a los Estados que reconozcan, respeten y garanticen la aplicación de los estándares internacionales de derechos humanos y derechos de los Pueblos Indígenas (Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y Convenio 169 de la OIT) en el marco de las negociaciones, políticas y medidas para enfrentar el cambio climático.
4. Exigimos a los Estados que reconozcan jurídicamente la preexistencia y por tanto la propiedad de nuestros territorios, tierras y recursos naturales que hemos poseído tradicionalmente como pueblos y naciones indígenas originarias, así como la restitución y restauración de los bienes naturales, las aguas, los bosques y selvas, lagos, océanos y hielos, lugares sagrados, tierras y territorios que nos han sido arrebatados y despojados, para posibilitar y fortalecer nuestras formas tradicionales de vida y contribuir efectivamente a la solución del cambio climático. En este sentido planteamos la consolidación de los territorios indígenas en ejercicio de nuestra libre determinación y autonomía y de conformidad con nuestros sistemas normativos. Asimismo, exigimos a los Estados el respeto a los derechos territoriales de los Pueblos Indígenas en aislamiento voluntario o en contacto inicial, como una medida efectiva para preservar su integridad y para combatir los efectos adversos del cambio climático hacia dichos pueblos.
5. Llamamos a los Estados que no promuevan las prácticas de monocultivos de carácter comercial, ni introducir y promover los cultivos transgénicos y exóticos, porque según la sabiduría de nuestros pueblos estas especies agravan la degradación de las selvas, los bosques y los suelos contribuyendo al aumento del calentamiento global. Tampoco, bajo la búsqueda de energías alternativas (como la nuclear y bio-ingeniería), se deben implementar los mega-proyectos hidroeléctricos, de energía eólica y de otro tipo, que afectan los territorios, tierras y hábitats naturales de los pueblos indígenas.
6. Exigimos el cambio de las leyes forestales y ambientales de los Estados y la aplicación de los instrumentos internacionales pertinentes, para la protección efectiva de las selvas y bosques, así como su diversidad biológica y cultural, garantizando los derechos de los pueblos indígenas, incluidos su participación y el consentimiento previo, libre e informado.
7. Planteamos que en el marco de las acciones de mitigación y adaptación sobre el cambio climático y basados en la experiencia y el conocimiento demostrados ancestralmente, para el manejo sostenido de la diversidad biológica de nuestras selvas y bosques; establecer como política de Estado que las aéreas naturales protegidas deben ser gestionadas, administradas y controladas directamente por los pueblos indígenas. 230
8. Demandamos una revisión o en su caso moratoria a toda actividad contaminante y que afecte a la Madre Tierra y el retiro de las corporaciones transnacionales y de mega-proyectos de los territorios indígenas.
9. Exigimos a los Estados que se reconozca el agua como un derecho humano fundamental, evitando su privatización y su mercantilización. 10. Demandamos la aplicación de la consulta, la participación y el consentimiento previo, libre e informado de los Pueblos Indígenas y poblaciones afectadas en todos los procesos de diseño e implementación de medidas de adaptación y mitigación del cambio climático y otras acciones de intervención en los territorios indígenas.
11. Los Estados deben promover mecanismos que garanticen que el financiamiento para las acciones de respuesta al cambio climático lleguen de manera directa y efectiva a los Pueblos Indígenas, como parte del resarcimiento de la deuda histórica y ecológica, apoyando el fortalecimiento de nuestras propias visiones y cosmovisiones para el vivir bien.
12. Llamamos a la recuperación, revalorización y fortalecimiento de las tecnologías y conocimientos propios de los Pueblos Indígenas y promover la incorporación de estos en la investigación, el diseño y la aplicación de políticas sobre cambio climático, en complementariedad con los conocimientos y tecnologías occidentales adecuadas, asegurando que los procesos de transferencia de tecnología no debiliten el conocimiento y las tecnologías indígenas.
13. Planteamos la recuperación, el desarrollo y la difusión de los conocimientos y tecnologías indígenas a través de la implementación de políticas y programas educativos pertinentes, así como la modificación e incorporación de dichos conocimientos y sabidurías ancestrales en las currículas y metodologías educativas.
14. Instamos a los Estados y organismos internacionales de toma de decisiones sobre cambio climático, en particular la CMNUCC, establezcan las estructuras y los mecanismos formales que incluyan la participación plena y efectiva de los Pueblos Indígenas, comunidades locales y grupos vulnerables incluyendo las mujeres, sin discriminación, como elemento clave para obtener un resultado justo y equitativo de las negociaciones sobre cambio climático.
15. Nos sumamos a la demanda de conformar un Tribunal de Justicia Climática que permita juzgar y establecer sanciones al no cumplimiento de compromisos y otros crímenes ecológicos de los países desarrollados, principales responsables del cambio climático. Esta instancia debe considerar la participación plena y efectiva de los Pueblos Indígenas y sus principios de justicia.
16. Planteamos la articulación y organización de los pueblos a nivel mundial, a través de nuestros gobiernos, organizaciones y mecanismos locales, nacionales, regionales e internacionales, para participar en los procesos de debate y análisis con representación legítima en todo el proceso relacionado con el cambio climático. En este sentido proponemos conformar un espacio de organización, con participación especial de los Ancianos y Ancianas, que contribuya en la búsqueda de soluciones globales y efectivas al cambio climático.
17. Proponemos luchar en todos los espacios para defender la vida y la Madre Tierra, particularmente en la realización de la COP 16, por eso proponemos la organización de una segunda conferencia de los pueblos para fortalecer el proceso reflexión y acción.
18. Ratificar la campaña global organizando una Marcha Mundial en defensa de la Madre Tierra y de los pueblos, contra la mercantilización de la vida, la contaminación y la criminalización de movimientos indígenas y sociales.
Creado en unidad en Tiquipaya, Cochabamba, Bolivia a los 21 días del mes de abril del 2010
La Madre Tierra podrá vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella
Nosotros los pueblos, naciones y organizaciones indígenas provenientes de diversas partes del mundo, reunidos en la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, del 19 al 22 de Abril del año 2010 en Tiquipaya, Cochabamba, Bolivia, después de amplios debates, decimos:
Los Pueblos Indígenas somos hijos e hijas de la Madre Tierra o Pachamama en quechua.
La Madre Tierra es un ser vivo del universo que concentra energía y vida, cobija y da vida a todos sin pedir nada a cambio, es el pasado, presente y futuro; es nuestra relación con la Madre Tierra. Convivimos con ella desde hace miles de años con nuestra sabiduría, espiritualidad cósmica ligada a la naturaleza. Sin embargo, el modelo económico, impulsado y forzado por los países industrializados que promueven la explotación extractiva y la acumulación de riquezas, han transformado radicalmente nuestra relación con la Madre Tierra. El cambio climático, debemos constatar, es una de las consecuencias de esta lógica irracional de vida. Esto es lo que debemos cambiar.
La agresión a la Madre Tierra, los golpes y las violaciones contra nuestros suelos, bosques, flora, fauna, biodiversidad, ríos, lagos, aire y el cosmos son golpes contra nosotros mismos. Antes pedíamos permiso para todo. Ahora se pretende desde los países desarrollados que la Madre Tierra nos pida permiso a nosotros. No se respeta nuestros territorios, particularmente de los pueblos en aislamiento voluntario o en contacto inicial, y sufrimos la más terrible agresión desde la colonización solo para facilitar el mercado y la industria extractiva.
Reconocemos que Pueblos Indígenas y de todo el mundo, vivimos en una época de crisis generalizada: ambiental, energética, alimentaria, financiera, de valores, entre otros, como consecuencia de las políticas y actitudes de Estados racistas y excluyentes.
Decimos que en la conferencia climática de Copenhague, los pueblos del mundo que exigíamos un trato justo fuimos reprimidos y los Estados causantes de la crisis climáticas, debilitaron aún más los posibles resultados de las negociaciones y no asumieron compromiso vinculante alguno. Limitándose simplemente a respaldar el entendimiento de Copenhague que plantea objetivos insuficientes e inaceptables en relación a acciones de respuesta al cambio climático y financiamiento para los países y pueblos más afectados.
Afirmamos que los espacios de negociación internacional han excluido sistemáticamente la participación de los Pueblos Indígenas. Por este motivo ahora, los Pueblos Indígenas nos hacemos visibles en estos espacios, porque al haberse herido y saqueado a la Madre Tierra con actividades que impactan negativamente sobre nuestras tierras, territorios y recursos naturales, nos han herido también a nosotros. Por eso los Pueblos Indígenas no nos quedaremos callados, sino que planteamos la inquebrantable movilización de todos nuestros pueblos para llegar a la COP 16 en México y otros espacios, articulados y preparados para defender nuestras propuestas, particularmente del Estado Plurinacional y el Vivir Bien. Nosotros, los pueblos indígenas, no queremos vivir mejor, sino queremos vivir bien, que es una propuesta para logar el equilibrio y a partir de ello construir una nueva sociedad.
La búsqueda de objetivos comunes, según nos muestra la misma historia, solo se conseguirá con la unión de los Pue- 229 blos Indígenas de todo el mundo. Las raíces ancestrales, indígenas, originarias de toda la población mundial deben ser uno de los lazos que nos unan para lograr un solo objetivo.
Por todo ello proponemos demandamos y exigimos:
1. La recuperación, revalorización y fortalecimiento de nuestras civilizaciones, identidades, culturas y cosmovisiones, basadas en el conocimiento y sabiduría ancestral milenaria indígena-originaria, para la construcción de nuevos modelos de vida alternativas al sistema de desarrollo actual y como una forma de hacer frente al cambio climático.
2. El rescate y fortalecimiento de la vivencia y propuesta de los Pueblos Indígenas del vivir bien, reconociendo a la Madre Tierra como un ser vivo con la cual tenemos una relación indisoluble e interdependiente; basados en principios y mecanismos que garanticen el respeto, la armonía y el equilibrio de los pueblos con la naturaleza y, como la base para una sociedad con justicia social y ambiental, que tenga como fin la vida. Todo ello para hacer frente a la crisis del modelo de saqueo capitalista y garantizar la protección de la vida en su conjunto a través de la búsqueda de acuerdos globales incluyentes.
3. Exigimos a los Estados que reconozcan, respeten y garanticen la aplicación de los estándares internacionales de derechos humanos y derechos de los Pueblos Indígenas (Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y Convenio 169 de la OIT) en el marco de las negociaciones, políticas y medidas para enfrentar el cambio climático.
4. Exigimos a los Estados que reconozcan jurídicamente la preexistencia y por tanto la propiedad de nuestros territorios, tierras y recursos naturales que hemos poseído tradicionalmente como pueblos y naciones indígenas originarias, así como la restitución y restauración de los bienes naturales, las aguas, los bosques y selvas, lagos, océanos y hielos, lugares sagrados, tierras y territorios que nos han sido arrebatados y despojados, para posibilitar y fortalecer nuestras formas tradicionales de vida y contribuir efectivamente a la solución del cambio climático. En este sentido planteamos la consolidación de los territorios indígenas en ejercicio de nuestra libre determinación y autonomía y de conformidad con nuestros sistemas normativos. Asimismo, exigimos a los Estados el respeto a los derechos territoriales de los Pueblos Indígenas en aislamiento voluntario o en contacto inicial, como una medida efectiva para preservar su integridad y para combatir los efectos adversos del cambio climático hacia dichos pueblos.
5. Llamamos a los Estados que no promuevan las prácticas de monocultivos de carácter comercial, ni introducir y promover los cultivos transgénicos y exóticos, porque según la sabiduría de nuestros pueblos estas especies agravan la degradación de las selvas, los bosques y los suelos contribuyendo al aumento del calentamiento global. Tampoco, bajo la búsqueda de energías alternativas (como la nuclear y bio-ingeniería), se deben implementar los mega-proyectos hidroeléctricos, de energía eólica y de otro tipo, que afectan los territorios, tierras y hábitats naturales de los pueblos indígenas.
6. Exigimos el cambio de las leyes forestales y ambientales de los Estados y la aplicación de los instrumentos internacionales pertinentes, para la protección efectiva de las selvas y bosques, así como su diversidad biológica y cultural, garantizando los derechos de los pueblos indígenas, incluidos su participación y el consentimiento previo, libre e informado.
7. Planteamos que en el marco de las acciones de mitigación y adaptación sobre el cambio climático y basados en la experiencia y el conocimiento demostrados ancestralmente, para el manejo sostenido de la diversidad biológica de nuestras selvas y bosques; establecer como política de Estado que las aéreas naturales protegidas deben ser gestionadas, administradas y controladas directamente por los pueblos indígenas. 230
8. Demandamos una revisión o en su caso moratoria a toda actividad contaminante y que afecte a la Madre Tierra y el retiro de las corporaciones transnacionales y de mega-proyectos de los territorios indígenas.
9. Exigimos a los Estados que se reconozca el agua como un derecho humano fundamental, evitando su privatización y su mercantilización. 10. Demandamos la aplicación de la consulta, la participación y el consentimiento previo, libre e informado de los Pueblos Indígenas y poblaciones afectadas en todos los procesos de diseño e implementación de medidas de adaptación y mitigación del cambio climático y otras acciones de intervención en los territorios indígenas.
11. Los Estados deben promover mecanismos que garanticen que el financiamiento para las acciones de respuesta al cambio climático lleguen de manera directa y efectiva a los Pueblos Indígenas, como parte del resarcimiento de la deuda histórica y ecológica, apoyando el fortalecimiento de nuestras propias visiones y cosmovisiones para el vivir bien.
12. Llamamos a la recuperación, revalorización y fortalecimiento de las tecnologías y conocimientos propios de los Pueblos Indígenas y promover la incorporación de estos en la investigación, el diseño y la aplicación de políticas sobre cambio climático, en complementariedad con los conocimientos y tecnologías occidentales adecuadas, asegurando que los procesos de transferencia de tecnología no debiliten el conocimiento y las tecnologías indígenas.
13. Planteamos la recuperación, el desarrollo y la difusión de los conocimientos y tecnologías indígenas a través de la implementación de políticas y programas educativos pertinentes, así como la modificación e incorporación de dichos conocimientos y sabidurías ancestrales en las currículas y metodologías educativas.
14. Instamos a los Estados y organismos internacionales de toma de decisiones sobre cambio climático, en particular la CMNUCC, establezcan las estructuras y los mecanismos formales que incluyan la participación plena y efectiva de los Pueblos Indígenas, comunidades locales y grupos vulnerables incluyendo las mujeres, sin discriminación, como elemento clave para obtener un resultado justo y equitativo de las negociaciones sobre cambio climático.
15. Nos sumamos a la demanda de conformar un Tribunal de Justicia Climática que permita juzgar y establecer sanciones al no cumplimiento de compromisos y otros crímenes ecológicos de los países desarrollados, principales responsables del cambio climático. Esta instancia debe considerar la participación plena y efectiva de los Pueblos Indígenas y sus principios de justicia.
16. Planteamos la articulación y organización de los pueblos a nivel mundial, a través de nuestros gobiernos, organizaciones y mecanismos locales, nacionales, regionales e internacionales, para participar en los procesos de debate y análisis con representación legítima en todo el proceso relacionado con el cambio climático. En este sentido proponemos conformar un espacio de organización, con participación especial de los Ancianos y Ancianas, que contribuya en la búsqueda de soluciones globales y efectivas al cambio climático.
17. Proponemos luchar en todos los espacios para defender la vida y la Madre Tierra, particularmente en la realización de la COP 16, por eso proponemos la organización de una segunda conferencia de los pueblos para fortalecer el proceso reflexión y acción.
18. Ratificar la campaña global organizando una Marcha Mundial en defensa de la Madre Tierra y de los pueblos, contra la mercantilización de la vida, la contaminación y la criminalización de movimientos indígenas y sociales.
Creado en unidad en Tiquipaya, Cochabamba, Bolivia a los 21 días del mes de abril del 2010